Atravieso la casa con la premura que la preocupación merece. Él mira impasible un partido de fútbol. Todo es borroso, salvo la puerta del dormitorio a donde me dirijo. La puerta, abierta de par en par, la cama en el centro y en su centro pequeña, con la vida escapándosele lentamente esta ella, mas blanca que su nombre, transparente. El momento de su tercera muerte ha llegado.
Tercera muerte... La primera la firmó hace casi sesenta años cuando dijo "acepto" y dejó de ser de ella para ser de él, solo de él; la segunda, el día que enterramos a María.
Su última muerte, la definitiva, terminó siendo el maldito monstruo que todos tememos, el innombrable, el que carcome los huesos hasta que nada queda, la enfermedad mas dolorosa de todas... si... esa.
Si tan solo lo hubiéramos descubierto a tiempo, si tan solo el amor de él (o la falta de amor) no hubiera sido tan pernicioso, si hubiéramos sabido que la tristeza no solo asesina el alma sino también al cuerpo...
Han pasado cinco meses, a veces la veo en mis sueños, siempre los domingos aunque nadie me lo crea, el día que ella nos dejó. Recuerdo el primer sueño tan claramente como si hubiera sido ayer: sentada en la cama del hospital con un libro en blanco en las manos, me decía sonriente que ahora sí podía escribir de nuevo, que a partir de ahora iba a ser un capítulo nuevo. Desde el fondo de mi alma, eso espero.
Las palabras que callo se me acumulan en la cabeza y poco a poco me van asfixiando, preciso abrirles la puerta y no me basta con un papel. Exteriorizar significa exteriorizar, en el total sentido de la palabra y eso es lo que tengo intención de hacer. No importa que no guste, no importa si no hay comentarios, esto es solo una especie de charla con el psicoanalista, un ejercicio de descarga que hago público. Algunos se aburrirán, algunos sentirán compasión, o quizás vergûenza ajena, no lo sé, sea cual sea el caso... sientánse en total libertad de pasar de página. (Y sepan disculpar tanto ego)
domingo, septiembre 26, 2010
viernes, septiembre 17, 2010
Condenados por herencia
Nunca pude entender bien esta tendencia a escribir cuando estoy con la depre, tal vez es lo mas común del mundo, aunque me inclino a pensar que es mas bien por herencia…
Vengo de una familia de nostálgicos recalcitrantes, de sarcásticos irascibles, de buenudos con mala suerte…
Mi abuela, Blanca, poetisa aficionada como yo, nunca pudo escribir mas que sobre tristeza, esperanzas rotas, abandono. Mi abuela, un ser de luz chapoteando en el barro, todo un potencial de mujer solapado por su madre y su esposo… una verdadera tragedia. Mi otra abuela, Selmira, me regaló la melancolía, el gusto por la soledad, los abrazos. De mis abuelos mucho no puedo hablar, a uno apenas lo conocí, al otro lo conozco demasiado para saber que no me parezco en nada.
Mi madre, exigente, dominante, supo querernos sin caricias, de ella heredé el limón en las palabras, el gusto por la lectura, la afición por las manualidades, el malhumor. De mi padre la mansedumbre, la sensación de claustrofobia que provoca la disconformidad con la vida diaria, y la incapacidad de hacer algo al respecto. Son el agua y el aceite personificados, un misterio de la ciencia.
Soy lo que soy, un bagaje de experiencias sumado al fatídico sino de la genética y así ando por la vida, paseando mi cabecita loca, viviendo lo mejor que puedo y tratando de encontrar mi lugar en el mundo.
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