Atravieso la casa con la premura que la preocupación merece. Él mira impasible un partido de fútbol. Todo es borroso, salvo la puerta del dormitorio a donde me dirijo. La puerta, abierta de par en par, la cama en el centro y en su centro pequeña, con la vida escapándosele lentamente esta ella, mas blanca que su nombre, transparente. El momento de su tercera muerte ha llegado.
Tercera muerte... La primera la firmó hace casi sesenta años cuando dijo "acepto" y dejó de ser de ella para ser de él, solo de él; la segunda, el día que enterramos a María.
Su última muerte, la definitiva, terminó siendo el maldito monstruo que todos tememos, el innombrable, el que carcome los huesos hasta que nada queda, la enfermedad mas dolorosa de todas... si... esa.
Si tan solo lo hubiéramos descubierto a tiempo, si tan solo el amor de él (o la falta de amor) no hubiera sido tan pernicioso, si hubiéramos sabido que la tristeza no solo asesina el alma sino también al cuerpo...
Han pasado cinco meses, a veces la veo en mis sueños, siempre los domingos aunque nadie me lo crea, el día que ella nos dejó. Recuerdo el primer sueño tan claramente como si hubiera sido ayer: sentada en la cama del hospital con un libro en blanco en las manos, me decía sonriente que ahora sí podía escribir de nuevo, que a partir de ahora iba a ser un capítulo nuevo. Desde el fondo de mi alma, eso espero.
Las palabras que callo se me acumulan en la cabeza y poco a poco me van asfixiando, preciso abrirles la puerta y no me basta con un papel. Exteriorizar significa exteriorizar, en el total sentido de la palabra y eso es lo que tengo intención de hacer. No importa que no guste, no importa si no hay comentarios, esto es solo una especie de charla con el psicoanalista, un ejercicio de descarga que hago público. Algunos se aburrirán, algunos sentirán compasión, o quizás vergûenza ajena, no lo sé, sea cual sea el caso... sientánse en total libertad de pasar de página. (Y sepan disculpar tanto ego)
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